domingo, 19 de mayo de 2013

Capítulo 3. La Funeraria y la Tienda Sexual.


Diego.

A mí me gustan las mujeres, me gustan todas. Me gustan las altas, las flaquitas, las rellenitas, las bajitas, las narizonas, las respingadas. De tetas grandes, puntiagudas, colgantes, paraditas, como limones, como mandarinas, como melones y hasta como patillas. Me gustan las mujeres de carácter fuerte, me gustan las sumisas, me gustan las que se la dan de independientes, me gustan las motolitas. Me gustan todas, blancas, negras, zambas, amarillas, incluso las de piel verde que viven en la cima del Ávila, en una villa escondida. Me gusta follarlas, me gusta verme follándolas, me gusta ver su cara cuando estoy follándomelas, me gusta, me excita. Me gusta cómo se sonrojan cuando las llevo a una cita y les hablo sucio como si reprimirse fuera un pecado de condena maldita. Me gustan las mujeres de vestidos largos, de faldas cortitas, de pantalones apretados, de bermudas abultados, de cholas o zapatillas.

¿Entonces por qué se molestan… si ya saben cómo soy yo?

Caminando por la Plaza Venezuela a las siete de la noche, luego de una hora de entrenamiento en el gimnasio cercano, uno puede observar a unos cuantos especímenes del género femenino recorriendo la ciudad. Es que el culo de las venezolanas merece una mención aparte, hay para todos los gustos. Pero no lo detallaré en este relato. Esa noche me disponía a levantarme a una catira de ojos plateados que se notaba que estaba perdida, la pobre. Permanecía en un banco con dos maletas grandes.

-Buenas noches – Le dije sacando pecho y pelando los dientes - ¿Está todo bien?

Ella me miró asombrada, sus ojos parecían cambiar de color a medida que la Fuente de la Plaza Venezuela cambiaba sus luces.

-Estaba esperando a alguien – Me dijo con voz apagada y acento andino – pero creo que me dejaron plantada.

Pude sentir un poco de compasión por ella, a la vez que en mi cabeza lo que repetía era “¡Ay papá, carne fresca!”. Permanecí unos cinco minutos hablándole y estaba a punto de invitarla a mi apartamento cuando sentí un coscorrón fuerte y una voz detrás de mí me reclamaba.

-¡Pero es que tú no tomas escarmiento, Diego!

Estaban Alicia y Vanessa acompañadas de Erick, juzgándome con la mirada otra vez como siempre hacen. La catira de ojos raros cambió su rostro a una completa alegría y corrió a abrazar a Vanessa.

-Hola Carla, tanto tiempo sin verte –dijo Vanessa - ¿Cómo está la familia en Mérida?

Ellos se fueron a tomar unos cafés y yo me excusé para irme a casa, en verdad no estaba de humor para tertulias esa noche. Otro día fallido, llegué a casa sin una acompañante por quinto día consecutivo. Si tan sólo Julián estuviera conmigo las cosas serían más fáciles. ¡Cómo me gustaría ser como Julián! Él nunca tiene problemas para conseguir mujeres en ningún momento.

Llegando al edificio donde vivo noté una conmoción en la plaza de la entrada, había un cuerpo tapado con una sábana blanca. La presidenta del condominio entre lágrimas me dijo que el vecino al frente de mi apartamento sucumbió a la presión y se lanzó desde una de las ventanas, dejando a su abuela, una anciana de noventa años sola y sin cuidados en el apartamento. Subí a presentar mis condolencias a la señora y al llegar al piso siete pude ver a la horda de vecinos chismosos recorriendo el recinto, estaba lleno de cuadros en cada pared, no había un espacio vacío que se desperdiciara, todos con miradas melancólicas. No llegué a ver a la vecina, me sentí tan incómodo que preferí huir hacia mi propio apartamento.

Al día siguiente, luego de salir del trabajo y del gimnasio me reuní con mis amigos en una tienda Kama Sutra que se encontraba en la tercera trasversal de Los Palos Grandes, al parecer la catira de los ojos multicolores se casaría dentro de una semana y Vanessa le planeaba su despedida de soltera. ¡Qué lástima! Tan bonita, tan joven y abandonaría tan pronto la soltería. Alicia y Erick estaban apenados apenas entraron, se podía notar el color tomate que tomaron sus mejillas. LA tienda estaba bastante surtida, habían dildos, vibradores, disfraces, cremas, aceites, y condones de todos los colores y tamaños, compré tres cajas de los extra sensibles, por si acaso. Julián tomaba un traje de látex, una máscara y un látigo, con la naturalidad de quien compra un uniforme escolar y fue a la caja diciendo.

-Necesito esto, mi traje ya se está estropeando.

Alicia y Erick más rojos que nunca se llevaban las manos a la boca. Vanessa miraba aburrida los disfraces sexuales, escogiendo una ropa interior con liguero vino tinto, lo probó en su prima encima de su ropa y exclamó de alegría. No voy a negarlo, al verlas en ese momento me excité tanto que tuve que salir fingiendo que iba a estornudar.

Afuera al mirar al otro lado de la calle noté extrañado que justo frente a la tienda sexual estaba una funeraria. Solté una carcajada con la ironía de la situación pero luego noté que allí estaba la presidenta del condominio de nuestro edificio. No entendí por qué decidieron velar al suicida en una funeraria lejana pero tampoco quise preguntar. Lo más extraño de todo fue que habían pocos vecinos pero muchos dolientes con vestimentas antiguas, yo he ido a funerales donde se baila salsa, donde se hacen competencias de quién llora más apasionadamente, donde sirven café con ron y donde se cuentan chistes de Jaimito, pero esta excentricidad jamás la había presenciado. La presidenta del condominio no los conocía:

-No lo sé – Me dijo – Al parecer son parientes del difunto, pero nunca antes los había visto.

Lo más extraño de todo era que no expresaban dolor, de hecho no expresaban sentimiento alguno, sus caras eran inexpresivas, serenas como si nada en el mundo los afectara. Otra vez volví a sentir la pesadez de la noche anterior cuando estaba rodeado de aquellos cuadros y lo peor de todo, ninguna mujer que valiera la pena levantar, al menos no pude notar nada con esos vestidos de la Caracas de antaño, cuando lo único rojo eran los techos y no su política. Sentada al lado del ataúd, una mujer muy elegante, con un vestido blanco y sombrero amplio tomaba su café en solitarios pensamientos. Recordé el incidente que había sufrido en días anteriores y decidí huir otra vez para reunirme con mis amigos.

Al entrar a la tienda Vanessa y su prima armaban un escándalo por un vibrador que habían encendido y que se movía en dirección circular. Alicia y Erick no decían palabra alguna y permanecían rojos como si fueran a explotar.

-El pene de un hombre no se mueve así – hizo la observación Julián con seriedad – Yo creo que este objeto es un claro ejemplo de publicidad engañosa.

Iba a caerme al suelo entre carcajadas cuando una mano pálida como las sábanas de mi cama antes de ser corrompidas me tocó el hombro, al voltear pude notar que era la mujer del sombrero que estaba en la funeraria, esos ojos no los podría olvidar jamás.

-Hombre malo, hombre infiel – dijo con serenidad y sonrió.

-¡Pero yo no he hecho nada malo esta vez! – Grité y miré la hora ¿Acaso los espantos ahora salen de día en esta ciudad? ¿Qué no teníamos suficiente con los motorizados y los malandros? Pero ella sonrió y posó la palma de su mano en mi mejilla.

- Hombre malo, pero hombre honesto, te perdono.

Y diciendo estas palabras desapareció, se esfumó cual fantasma de las caricaturas en los que uno no quiere creer. El vendedor de la tienda cayó patas arriba y se desmayó. Mis amigos siguieron con sus asuntos como si lo que acababa de suceder fuera de lo más natural. Y yo sólo reflexionaba ¿Qué es lo que puede hacer a una mujer cruel enternecerse de tal manera, por qué la dama de blanco me perdonaba y por qué estaba en ese funeral?

Quizá lo averigüe en estos días.
                                                                                       

No hay comentarios:

Publicar un comentario