Alicia
El trabajo como educadora es una bendición, es un honor ser
la pieza fundamental para la formación de los niños que conformarán la sociedad
del futuro. Pero es que hay días en los que una lo que quiere es ahogar en un
estanque a esos adorables mocosos.
-La Familia está conformada por la mamá, el papá y los
hijos. – Así comencé la clase de educación familiar y ciudadana.
-Maestra, pero yo no tengo papá – interrumpió Matilda, la adorable
niña de rizos castaños.
-Está bien, mi niña – le contesté dulcemente –Hay ocasiones
en que la familia solamente está compuesta por la mamá y los hijos.
-Pero mi mamá no vive con nosotros porque está presa – Interrumpió
ahora Danielito, el tremendo de la clase.
-Mi mamá me dijo que debemos ser “tooooleeeerannnnntes”- Dijo
Manuelita, la última palabra le costó mucho pronunciarla –Y que las familias
ahora tienen a veces dos papás o dos mamás o dos mamás y un papá o un señor del
tamaño del abuelo que es tu papá…
-Mi mamá dice que las familias así no son de Dios – Dijo Lorena,
la hija de la directora haciendo un ademán de advertencia.
-Maestra – Alzó la voz Luisito con malicia -¿Y usted tiene
hijos?
En seguida me dio una punzada en la cabeza, ya sabía que
sería uno de esos días.
-No cariñito – Le respondí con fingida dulzura –Yo todavía
no tengo hijos.
-¿Y por qué maestra, su esposo no la quiere? –Los niños
empezaron a murmurar entre ellos y a mirarme como si me estuvieran prejuzgando.
-No cariñito- dije con una sonrisa y un tic en la ceja
izquierda –Yo todavía no me he casado, tampoco he conocido a mi futuro esposo.
-¡Ay Maestra! – Exclamó preocupada Matilda -¿Y cuántos años
tiene usted?
-Tengo veintiocho años mi princesita – Dije conteniéndome
con todas mis fuerzas, los niños exclamaron como si les hubiera dado una
noticia asombrosa.
-¡No puede ser!
-¿Tan vieja?
-¡Ay maestra, se le va a ir el tren!
-Maestra tiene que maquillarse un poquito más.
-Maestra tiene que ser más coqueta.
-Maestra… maestra… maestra… maestra… - hablaban todos a la
vez y yo me preguntaba dónde era que vendían esas mangueras de agua a presión
que usaban en los manicomios.
Al mediodía cuando pude escapar de aquella escuela del
demonio me dirigía a casa con la moral derrotada ¿Cómo era posible que unos
niños de cinco o seis años pudieran tratarme del mismo modo que me tratarían
unas señoras moralistas de esas que viven en las iglesias juzgando a los demás
como actividad deportiva? ¿Y por qué a estas alturas de la vida no me he
enamorado?
Mi cabeza comenzaba a dar vueltas con esa clase de
pensamientos que nos deprimen a las mujeres, y sabía que la noche iba a
terminar conmigo en pijamas comiendo un pote gigante de helado de vainilla,
escuchando las viejas canciones de Salserín y llamando a mi mejor amiga Vanessa
quien diría que mis preocupaciones son ridículas. Y mientras pensaba lo
miserable que estaba siendo mi tarde no me di cuenta que un camión se estaba
comiendo la luz del semáforo y casi me atropella.
Ya iba a lanzar toda clase de insultos al imprudente
conductor cuando delante de mí estaba un camión adornado en toda su estructura
con cabezas y partes de cuerpo de muñecas viejas, desde la ventana del copiloto
cuyo puesto estaba siendo ocupado por tres muñecas grandes escuché al chofer.
-Perdóname mami se me fueron los frenos – Con ese acento
sabrosón y se fue haciendo que las muñecas tétricas amarradas se balancearan.
Mi reacción natural a todo esto después de quedarme
asombrada, con la boca abierta y los ojos pelados fue el de pegar un grito y
ponerme a llorar en medio de la calle, los peatones que estaban a mi lado
intentaban tranquilizarme y una señora miró hacia donde se fue el vehículo y
dijo
-A ese hombre ya lo he visto pasar desde hace años, dicen que
una de sus hijas se murió y él se volvió loco. Por eso tiene a todas esas
muñecas.
-Yo escuché que es un brujo y que secuestra mujeres y luego
les atrapa el alma en una muñeca de esas. Yo no creo en esas cosas pero de que
vuelan, vuelan. –Dijo un muchacho que me cautivó cuando habló.
El muchacho se llamaba Iván, era de cabellos negros y ojos
grises. Era hermoso, yo podría enamorarme de un hombre así. Me dijo que había
estacionado su carro en el edificio al otro lado de la avenida y se ofreció a llevarme a mi destino no sin antes aceptarle un café. Recordé a mi abuela
regañándome cuando era adolescente “Carricita malcriada, no aceptes dulces de
los extraños” pero a la vez me llegó la imagen de mis alumnos riéndose de mí y
preguntándome “¿Maestra qué significa la palabra solterona?”
-¡Por supuesto que acepto! Yo siempre he confiado en la
amabilidad de los desconocidos.
Le guiñé el ojo a ver
si había reconocido la frase de la obra Un Tranvía Llamado Deseo, pero lo único
que se dignó a hacer fue esbozar una sonrisa condescendiente. “¡Tan bello!”
Pensé “Parece un galán de cine” y lo seguí hacia el estacionamiento.
Fui feliz esa tarde, sentía que me enamoraba cada vez más de
aquel abogado penal que vive en Montalbán y que su familia había emigrado hacia
el norte de España por la situación actual del país. Luego del café él manejó
por horas esquivando colas “solo por el placer de conversar conmigo” o al menos
eso fue lo que dijo, y si yo no fuera tan estúpida me hubiera fijado en dónde
me estaba metiendo, estábamos en el 23 de Enero, lugar de Caracas que
desconozco totalmente. En una esquina solitaria me dijo lo hermosa que era
cuando me sonrojaba y me robó un beso, yo estaba encantada, bueno, encantada
hasta que el chico comenzó a meter mano más de lo debido.
Yo no me considero una mujer moralista pero una no debería
regalarse así de fácil a un hombre que acaba de conocer, eso heriría mi
dignidad feminista (Me pregunto si realmente soy feminista, no lo sé). Lo
cierto es que este hombre ya tenía mi blusa casi desabotonada por completo,
traté de detenerlo, pero comenzó a forcejear conmigo.
-¿Tú crees que un brujo quiere atrapar mujeres en una
muñeca? – Dijo con una melodía sádica que me aterró por completo -¿Un brujo lo
que quiere es comerse esto?
Y metió su mano debajo de mi falda para apretar mi… mis
partes nobles de allá abajo. Quería gritar pero tenía una de sus manos tapándome
la boca. Entonces con todas las fuerzas motivadas por mi abuela que en
pensamientos me decía “Muchacha pendeja” apreté el puño y le metí un coñazo en
las bolas tan fuerte que el hombre lanzó un grito endemoniado, sus ojos
brillaban como si un fuego plateado escondido se encendiera. Yo con rapidez
tomé mi bolso, mis carpetas, abrí la puerta y salí corriendo por aquellas
calles desconocidas.
Supongo que eran las seis de la tarde porque todavía el
cielo estaba claro, pero llegué a una plaza que tenía un árbol adornado con
muñecos y peluches de aspecto tétrico. Una señora de no menos de setenta años observó que yo tenía expresión asustada pero lo único que me dijo mientras señalaba al árbol
fue
-Yo era una de esas muñecas pero me liberé hace años, cuando
me enamoré.
Estaba a punto de desmayarme pero una vez Vanessa me dijo “En Caracas tienes prohibido desmayarte porque te roban lo que tienes en el bolso”, así que traté de contener mis fuerzas. Se me debió notar la expresión de asustada y perdida porque detrás de mí un señor de unos cincuenta años me dijo
-¿Qué te pasó mija, te secuestraron?
Le expliqué la terrible decepción y la historia de horror
que acababa de vivir, él se ofreció con mucha humildad y un acento sabrosón que
me era familiar, a acercarme a la estación más cercana del metro. Lo miré con
desconfianza pero acepté nuevamente, tenía un sombrero de paja que me hacía
mucha gracia. ¡Ay! Es que soy un desastre. Al avanzar no pude evitar pegar un
grito y ponerme a llorar nuevamente, el vehículo del señor de sombrero de paja era el Camión de las Muñecas. Estaba
a punto de entrar al último lugar en el mundo en el que quería estar. Es que si yo
fuera mi propia madre me hubiera dado unos buenos correazos por ser tan ilusa.
-No te preocupes chama, uno tiene que tenerle más miedo a los
que se ven normales porque uno nunca sabe con qué te van a salir– Me dijo el
señor tratando de tranquilizarme.
No sé si era por la paranoia de que me estaba siguiendo un hombre aparentemente “normal” o si en verdad las palabras del señor me consolaron, pero me dispuse a entrar al camión, entonces vi que no tenía espacio. Había muñecas también como pasajeras, mirándome con la misma cara que mis alumnos como queriendo decirme “¡Qué gafa eres, muchacha!”. El señor las apartó y nos dirigimos a la estación del metro más cercana (No sabía cuál era). En la esquina siguiente una joven con una niña en brazos nos hizo señas, el hombre se llevó la mano a la cabeza como si recordara que se había olvidado de una tarea importante.
-Pero bueno, papá – Dijo la muchacha en voz altanera –Se te
olvidó que tenías que recoger a tu nieta.
Cuando el señor le explicó lo que me había pasado y hacia
dónde me estaba llevando su hija me miró casi burlona por mi expresión.
-No hay metro – dijo –Hubo un arrollamiento y no está
funcionando.
Rompí en llanto otra vez, la nieta del señor que ya se
había montado en el carro tomó una muñeca polvorienta y comenzó a jugar con
ella como para alegrarme. Caía la noche y nos fuimos hasta el apartamento de la
familia del Camión de las Muñecas. Llamé a Vanessa quien me profirió cinco
gritos y diez insultos por mi estupidez y dijo que llamaría a Diego para que me
fuera a buscar a aquel lugar. Tenía curiosidad por cómo se vería el apartamento
de tan particular señor y efectivamente pude distinguirlo a distancia.
Uno está lleno de prejuicios en muchos aspectos en la ciudad
pero esa familia me trató de la manera más cordial que pude pedir, al menos en
aquel momento. Como cualquier otra familia venezolana, en realidad. Solo que
con demasiadas muñecas en mal estado. El hijo mayor del señor de sombrero de
paja me ofreció una cerveza mientras su hija me hacía unas arepas.
-¿Y por qué te metiste en esos líos?- Me preguntó el hijo.
-Porque yo siempre he confiado en la amabilidad de los desconocidos- Respondí tristemente mirando al suelo.
-¡Esa es la película de Marlon Brando! El Tranvía Llamado Deseo - Exclamó el señor del Camión de las Muñecas - Esa es mi película favorita.
Levanté la mirada y lo observé estupefacta, casi eufórica de alegría por encontrar por fin a alguien en la ciudad que reconociera una de las frases célebres que más se adaptaba a mi personalidad. Y precisamente de quien menos me imaginaba.
-La gente habla muchas tonterías – Continuó el señor notando mi asombro –Pero no saben nada, uno deja que los demás inventen porque eso
los haces felices y la gente feliz está bien. Yo tengo ese camión así es para
vacilar, para llamar la atención. Y la ventana está así porque me gusta.
-¿Y el árbol de la plaza donde me encontró también es suyo?-
Le pregunté.
-No, eso lo hizo un brujo. Menos mal te saqué de ahí.
Finalmente se hizo de noche, el dueño del Camión de las Muñecas, sus
hijos y nietos me hicieron olvidar los malos ratos que había pasado en las
últimas horas. Realmente fui feliz de que terminara de esa manera. Hasta que
llegaron mis mejores amigos: Diego, Vanessa, Julián y Erick, todos preocupados,
regañándome al mismo tiempo y viendo con miedo al Camión de las Muñecas como si se hubieran encontrado con una pesadilla andante. Yo
solamente podía sonreír.
El enamoramiento me había llegado hacía tiempo, esta ciudad, la ciudad. Eso es lo que me enamora.





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