domingo, 19 de mayo de 2013

Capítulo 3. La Funeraria y la Tienda Sexual.


Diego.

A mí me gustan las mujeres, me gustan todas. Me gustan las altas, las flaquitas, las rellenitas, las bajitas, las narizonas, las respingadas. De tetas grandes, puntiagudas, colgantes, paraditas, como limones, como mandarinas, como melones y hasta como patillas. Me gustan las mujeres de carácter fuerte, me gustan las sumisas, me gustan las que se la dan de independientes, me gustan las motolitas. Me gustan todas, blancas, negras, zambas, amarillas, incluso las de piel verde que viven en la cima del Ávila, en una villa escondida. Me gusta follarlas, me gusta verme follándolas, me gusta ver su cara cuando estoy follándomelas, me gusta, me excita. Me gusta cómo se sonrojan cuando las llevo a una cita y les hablo sucio como si reprimirse fuera un pecado de condena maldita. Me gustan las mujeres de vestidos largos, de faldas cortitas, de pantalones apretados, de bermudas abultados, de cholas o zapatillas.

¿Entonces por qué se molestan… si ya saben cómo soy yo?

Caminando por la Plaza Venezuela a las siete de la noche, luego de una hora de entrenamiento en el gimnasio cercano, uno puede observar a unos cuantos especímenes del género femenino recorriendo la ciudad. Es que el culo de las venezolanas merece una mención aparte, hay para todos los gustos. Pero no lo detallaré en este relato. Esa noche me disponía a levantarme a una catira de ojos plateados que se notaba que estaba perdida, la pobre. Permanecía en un banco con dos maletas grandes.

-Buenas noches – Le dije sacando pecho y pelando los dientes - ¿Está todo bien?

Ella me miró asombrada, sus ojos parecían cambiar de color a medida que la Fuente de la Plaza Venezuela cambiaba sus luces.

-Estaba esperando a alguien – Me dijo con voz apagada y acento andino – pero creo que me dejaron plantada.

Pude sentir un poco de compasión por ella, a la vez que en mi cabeza lo que repetía era “¡Ay papá, carne fresca!”. Permanecí unos cinco minutos hablándole y estaba a punto de invitarla a mi apartamento cuando sentí un coscorrón fuerte y una voz detrás de mí me reclamaba.

-¡Pero es que tú no tomas escarmiento, Diego!

Estaban Alicia y Vanessa acompañadas de Erick, juzgándome con la mirada otra vez como siempre hacen. La catira de ojos raros cambió su rostro a una completa alegría y corrió a abrazar a Vanessa.

-Hola Carla, tanto tiempo sin verte –dijo Vanessa - ¿Cómo está la familia en Mérida?

Ellos se fueron a tomar unos cafés y yo me excusé para irme a casa, en verdad no estaba de humor para tertulias esa noche. Otro día fallido, llegué a casa sin una acompañante por quinto día consecutivo. Si tan sólo Julián estuviera conmigo las cosas serían más fáciles. ¡Cómo me gustaría ser como Julián! Él nunca tiene problemas para conseguir mujeres en ningún momento.

Llegando al edificio donde vivo noté una conmoción en la plaza de la entrada, había un cuerpo tapado con una sábana blanca. La presidenta del condominio entre lágrimas me dijo que el vecino al frente de mi apartamento sucumbió a la presión y se lanzó desde una de las ventanas, dejando a su abuela, una anciana de noventa años sola y sin cuidados en el apartamento. Subí a presentar mis condolencias a la señora y al llegar al piso siete pude ver a la horda de vecinos chismosos recorriendo el recinto, estaba lleno de cuadros en cada pared, no había un espacio vacío que se desperdiciara, todos con miradas melancólicas. No llegué a ver a la vecina, me sentí tan incómodo que preferí huir hacia mi propio apartamento.

Al día siguiente, luego de salir del trabajo y del gimnasio me reuní con mis amigos en una tienda Kama Sutra que se encontraba en la tercera trasversal de Los Palos Grandes, al parecer la catira de los ojos multicolores se casaría dentro de una semana y Vanessa le planeaba su despedida de soltera. ¡Qué lástima! Tan bonita, tan joven y abandonaría tan pronto la soltería. Alicia y Erick estaban apenados apenas entraron, se podía notar el color tomate que tomaron sus mejillas. LA tienda estaba bastante surtida, habían dildos, vibradores, disfraces, cremas, aceites, y condones de todos los colores y tamaños, compré tres cajas de los extra sensibles, por si acaso. Julián tomaba un traje de látex, una máscara y un látigo, con la naturalidad de quien compra un uniforme escolar y fue a la caja diciendo.

-Necesito esto, mi traje ya se está estropeando.

Alicia y Erick más rojos que nunca se llevaban las manos a la boca. Vanessa miraba aburrida los disfraces sexuales, escogiendo una ropa interior con liguero vino tinto, lo probó en su prima encima de su ropa y exclamó de alegría. No voy a negarlo, al verlas en ese momento me excité tanto que tuve que salir fingiendo que iba a estornudar.

Afuera al mirar al otro lado de la calle noté extrañado que justo frente a la tienda sexual estaba una funeraria. Solté una carcajada con la ironía de la situación pero luego noté que allí estaba la presidenta del condominio de nuestro edificio. No entendí por qué decidieron velar al suicida en una funeraria lejana pero tampoco quise preguntar. Lo más extraño de todo fue que habían pocos vecinos pero muchos dolientes con vestimentas antiguas, yo he ido a funerales donde se baila salsa, donde se hacen competencias de quién llora más apasionadamente, donde sirven café con ron y donde se cuentan chistes de Jaimito, pero esta excentricidad jamás la había presenciado. La presidenta del condominio no los conocía:

-No lo sé – Me dijo – Al parecer son parientes del difunto, pero nunca antes los había visto.

Lo más extraño de todo era que no expresaban dolor, de hecho no expresaban sentimiento alguno, sus caras eran inexpresivas, serenas como si nada en el mundo los afectara. Otra vez volví a sentir la pesadez de la noche anterior cuando estaba rodeado de aquellos cuadros y lo peor de todo, ninguna mujer que valiera la pena levantar, al menos no pude notar nada con esos vestidos de la Caracas de antaño, cuando lo único rojo eran los techos y no su política. Sentada al lado del ataúd, una mujer muy elegante, con un vestido blanco y sombrero amplio tomaba su café en solitarios pensamientos. Recordé el incidente que había sufrido en días anteriores y decidí huir otra vez para reunirme con mis amigos.

Al entrar a la tienda Vanessa y su prima armaban un escándalo por un vibrador que habían encendido y que se movía en dirección circular. Alicia y Erick no decían palabra alguna y permanecían rojos como si fueran a explotar.

-El pene de un hombre no se mueve así – hizo la observación Julián con seriedad – Yo creo que este objeto es un claro ejemplo de publicidad engañosa.

Iba a caerme al suelo entre carcajadas cuando una mano pálida como las sábanas de mi cama antes de ser corrompidas me tocó el hombro, al voltear pude notar que era la mujer del sombrero que estaba en la funeraria, esos ojos no los podría olvidar jamás.

-Hombre malo, hombre infiel – dijo con serenidad y sonrió.

-¡Pero yo no he hecho nada malo esta vez! – Grité y miré la hora ¿Acaso los espantos ahora salen de día en esta ciudad? ¿Qué no teníamos suficiente con los motorizados y los malandros? Pero ella sonrió y posó la palma de su mano en mi mejilla.

- Hombre malo, pero hombre honesto, te perdono.

Y diciendo estas palabras desapareció, se esfumó cual fantasma de las caricaturas en los que uno no quiere creer. El vendedor de la tienda cayó patas arriba y se desmayó. Mis amigos siguieron con sus asuntos como si lo que acababa de suceder fuera de lo más natural. Y yo sólo reflexionaba ¿Qué es lo que puede hacer a una mujer cruel enternecerse de tal manera, por qué la dama de blanco me perdonaba y por qué estaba en ese funeral?

Quizá lo averigüe en estos días.
                                                                                       

jueves, 9 de mayo de 2013

Capítulo 2. El Camión de las Muñecas.

Alicia




El trabajo como educadora es una bendición, es un honor ser la pieza fundamental para la formación de los niños que conformarán la sociedad del futuro. Pero es que hay días en los que una lo que quiere es ahogar en un estanque a esos adorables mocosos.

-La Familia está conformada por la mamá, el papá y los hijos. – Así comencé la clase de educación familiar y ciudadana.

-Maestra, pero yo no tengo papá – interrumpió Matilda, la adorable niña de rizos castaños.

-Está bien, mi niña – le contesté dulcemente –Hay ocasiones en que la familia solamente está compuesta por la mamá y los hijos.

-Pero mi mamá no vive con nosotros porque está presa – Interrumpió ahora Danielito, el tremendo de la clase.

-Mi mamá me dijo que debemos ser “tooooleeeerannnnntes”- Dijo Manuelita, la última palabra le costó mucho pronunciarla –Y que las familias ahora tienen a veces dos papás o dos mamás o dos mamás y un papá o un señor del tamaño del abuelo que es tu papá…

-Mi mamá dice que las familias así no son de Dios – Dijo Lorena, la hija de la directora haciendo un ademán de advertencia.

-Maestra – Alzó la voz Luisito con malicia -¿Y usted tiene hijos?

En seguida me dio una punzada en la cabeza, ya sabía que sería uno de esos días.

-No cariñito – Le respondí con fingida dulzura –Yo todavía no tengo hijos.

-¿Y por qué maestra, su esposo no la quiere? –Los niños empezaron a murmurar entre ellos y a mirarme como si me estuvieran prejuzgando.

-No cariñito- dije con una sonrisa y un tic en la ceja izquierda –Yo todavía no me he casado, tampoco he conocido a mi futuro esposo.

-¡Ay Maestra! – Exclamó preocupada Matilda -¿Y cuántos años tiene usted?

-Tengo veintiocho años mi princesita – Dije conteniéndome con todas mis fuerzas, los niños exclamaron como si les hubiera dado una noticia asombrosa.

-¡No puede ser!

-¿Tan vieja?

-¡Ay maestra, se le va a ir el tren!

-Maestra tiene que maquillarse un poquito más.

-Maestra tiene que ser más coqueta.

-Maestra… maestra… maestra… maestra… - hablaban todos a la vez y yo me preguntaba dónde era que vendían esas mangueras de agua a presión que usaban en los manicomios.

Al mediodía cuando pude escapar de aquella escuela del demonio me dirigía a casa con la moral derrotada ¿Cómo era posible que unos niños de cinco o seis años pudieran tratarme del mismo modo que me tratarían unas señoras moralistas de esas que viven en las iglesias juzgando a los demás como actividad deportiva? ¿Y por qué a estas alturas de la vida no me he enamorado?

Mi cabeza comenzaba a dar vueltas con esa clase de pensamientos que nos deprimen a las mujeres, y sabía que la noche iba a terminar conmigo en pijamas comiendo un pote gigante de helado de vainilla, escuchando las viejas canciones de Salserín y llamando a mi mejor amiga Vanessa quien diría que mis preocupaciones son ridículas. Y mientras pensaba lo miserable que estaba siendo mi tarde no me di cuenta que un camión se estaba comiendo la luz del semáforo y casi me atropella.

Ya iba a lanzar toda clase de insultos al imprudente conductor cuando delante de mí estaba un camión adornado en toda su estructura con cabezas y partes de cuerpo de muñecas viejas, desde la ventana del copiloto cuyo puesto estaba siendo ocupado por tres muñecas grandes escuché al chofer.

-Perdóname mami se me fueron los frenos – Con ese acento sabrosón y se fue haciendo que las muñecas tétricas amarradas se balancearan.




Mi reacción natural a todo esto después de quedarme asombrada, con la boca abierta y los ojos pelados fue el de pegar un grito y ponerme a llorar en medio de la calle, los peatones que estaban a mi lado intentaban tranquilizarme y una señora miró hacia donde se fue el vehículo y dijo

-A ese hombre ya lo he visto pasar desde hace años, dicen que una de sus hijas se murió y él se volvió loco. Por eso tiene a todas esas muñecas.

-Yo escuché que es un brujo y que secuestra mujeres y luego les atrapa el alma en una muñeca de esas. Yo no creo en esas cosas pero de que vuelan, vuelan. –Dijo un muchacho que me cautivó cuando habló.

El muchacho se llamaba Iván, era de cabellos negros y ojos grises. Era hermoso, yo podría enamorarme de un hombre así. Me dijo que había estacionado su carro en el edificio al otro lado de la avenida y se ofreció a llevarme a mi destino no sin antes aceptarle un café. Recordé a mi abuela regañándome cuando era adolescente “Carricita malcriada, no aceptes dulces de los extraños” pero a la vez me llegó la imagen de mis alumnos riéndose de mí y preguntándome “¿Maestra qué significa la palabra solterona?”

-¡Por supuesto que acepto! Yo siempre he confiado en la amabilidad de los desconocidos.

 Le guiñé el ojo a ver si había reconocido la frase de la obra Un Tranvía Llamado Deseo, pero lo único que se dignó a hacer fue esbozar una sonrisa condescendiente. “¡Tan bello!” Pensé “Parece un galán de cine” y lo seguí hacia el estacionamiento.

Fui feliz esa tarde, sentía que me enamoraba cada vez más de aquel abogado penal que vive en Montalbán y que su familia había emigrado hacia el norte de España por la situación actual del país. Luego del café él manejó por horas esquivando colas “solo por el placer de conversar conmigo” o al menos eso fue lo que dijo, y si yo no fuera tan estúpida me hubiera fijado en dónde me estaba metiendo, estábamos en el 23 de Enero, lugar de Caracas que desconozco totalmente. En una esquina solitaria me dijo lo hermosa que era cuando me sonrojaba y me robó un beso, yo estaba encantada, bueno, encantada hasta que el chico comenzó a meter mano más de lo debido.

Yo no me considero una mujer moralista pero una no debería regalarse así de fácil a un hombre que acaba de conocer, eso heriría mi dignidad feminista (Me pregunto si realmente soy feminista, no lo sé). Lo cierto es que este hombre ya tenía mi blusa casi desabotonada por completo, traté de detenerlo, pero comenzó a forcejear conmigo.

-¿Tú crees que un brujo quiere atrapar mujeres en una muñeca? – Dijo con una melodía sádica que me aterró por completo -¿Un brujo lo que quiere es comerse esto?

Y metió su mano debajo de mi falda para apretar mi… mis partes nobles de allá abajo. Quería gritar pero tenía una de sus manos tapándome la boca. Entonces con todas las fuerzas motivadas por mi abuela que en pensamientos me decía “Muchacha pendeja” apreté el puño y le metí un coñazo en las bolas tan fuerte que el hombre lanzó un grito endemoniado, sus ojos brillaban como si un fuego plateado escondido se encendiera. Yo con rapidez tomé mi bolso, mis carpetas, abrí la puerta y salí corriendo por aquellas calles desconocidas.

Supongo que eran las seis de la tarde porque todavía el cielo estaba claro, pero llegué a una plaza que tenía un árbol adornado con muñecos y peluches de aspecto tétrico. Una señora de no menos de setenta años observó que yo tenía expresión asustada pero lo único que me dijo mientras señalaba al árbol fue

-Yo era una de esas muñecas pero me liberé hace años, cuando me enamoré.



Estaba a punto de desmayarme pero una vez Vanessa me dijo “En Caracas tienes prohibido desmayarte porque te roban lo que tienes en el bolso”, así que traté de contener mis fuerzas. Se me debió notar la expresión de asustada y perdida porque detrás de mí un señor de unos cincuenta años me dijo

-¿Qué te pasó mija, te secuestraron?

Le expliqué la terrible decepción y la historia de horror que acababa de vivir, él se ofreció con mucha humildad y un acento sabrosón que me era familiar, a acercarme a la estación más cercana del metro. Lo miré con desconfianza pero acepté nuevamente, tenía un sombrero de paja que me hacía mucha gracia. ¡Ay! Es que soy un desastre. Al avanzar no pude evitar pegar un grito y ponerme a llorar nuevamente, el vehículo del señor de sombrero de paja era el Camión de las Muñecas. Estaba a punto de entrar al último lugar en el mundo en el que quería estar. Es que si yo fuera mi propia madre me hubiera dado unos buenos correazos por ser tan ilusa.

-No te preocupes chama, uno tiene que tenerle más miedo a los que se ven normales porque uno nunca sabe con qué te van a salir– Me dijo el señor tratando de tranquilizarme.


No sé si era por la paranoia de que me estaba siguiendo un hombre aparentemente “normal” o si en verdad las palabras del señor me consolaron, pero me dispuse a entrar al camión, entonces vi que no tenía espacio. Había muñecas también como pasajeras, mirándome con la misma cara que mis alumnos como queriendo decirme “¡Qué gafa eres, muchacha!”. El señor las apartó y nos dirigimos a la estación del metro más cercana (No sabía cuál era). En la esquina siguiente una joven con una niña en brazos nos hizo señas, el hombre se llevó la mano a la cabeza como si recordara que se había olvidado de una tarea importante.

-Pero bueno, papá – Dijo la muchacha en voz altanera –Se te olvidó que tenías que recoger a tu nieta.

Cuando el señor le explicó lo que me había pasado y hacia dónde me estaba llevando su hija me miró casi burlona por mi expresión.

-No hay metro – dijo –Hubo un arrollamiento y no está funcionando.

Rompí en llanto otra vez, la nieta del señor que ya se había montado en el carro tomó una muñeca polvorienta y comenzó a jugar con ella como para alegrarme. Caía la noche y nos fuimos hasta el apartamento de la familia del Camión de las Muñecas. Llamé a Vanessa quien me profirió cinco gritos y diez insultos por mi estupidez y dijo que llamaría a Diego para que me fuera a buscar a aquel lugar. Tenía curiosidad por cómo se vería el apartamento de tan particular señor y efectivamente pude distinguirlo a distancia.



Uno está lleno de prejuicios en muchos aspectos en la ciudad pero esa familia me trató de la manera más cordial que pude pedir, al menos en aquel momento. Como cualquier otra familia venezolana, en realidad. Solo que con demasiadas muñecas en mal estado. El hijo mayor del señor de sombrero de paja me ofreció una cerveza mientras su hija me hacía unas arepas.

-¿Y por qué te metiste en esos líos?- Me preguntó el hijo.

-Porque yo siempre he confiado en la amabilidad de los desconocidos- Respondí tristemente mirando al suelo.

-¡Esa es la película de Marlon Brando! El Tranvía Llamado Deseo - Exclamó el señor del Camión de las Muñecas - Esa es mi película favorita.

Levanté la mirada y lo observé estupefacta, casi eufórica de alegría por encontrar por fin a alguien en la ciudad que reconociera una de las frases célebres que más se adaptaba a mi personalidad. Y precisamente de quien menos me imaginaba.

-La gente habla muchas tonterías – Continuó el señor notando mi asombro –Pero no saben nada, uno deja que los demás inventen porque eso los haces felices y la gente feliz está bien. Yo tengo ese camión así es para vacilar, para llamar la atención. Y la ventana está así porque me gusta.

-¿Y el árbol de la plaza donde me encontró también es suyo?- Le pregunté.

-No, eso lo hizo un brujo. Menos mal te saqué de ahí.

Finalmente se hizo de noche, el dueño del Camión de las Muñecas, sus hijos y nietos me hicieron olvidar los malos ratos que había pasado en las últimas horas. Realmente fui feliz de que terminara de esa manera. Hasta que llegaron mis mejores amigos: Diego, Vanessa, Julián y Erick, todos preocupados, regañándome al mismo tiempo y viendo con miedo al Camión de las Muñecas como si se hubieran encontrado con una pesadilla andante. Yo solamente podía sonreír.

El enamoramiento me había llegado hacía tiempo, esta ciudad, la ciudad. Eso es lo que me enamora.

sábado, 4 de mayo de 2013

Capítulo 1. La Justiciera Nocturna.

Julián




En las tortuosas calles del centro de la ciudad, luego de semejante chaparrón madrugador, estaba con un antojo de empanadas fritas de esas que solo la señora Magdalena, la de pétalos de rosas en su cabeza sabe preparar.

Nada mejor para un hombre moderno que acaba de tener una noche sexual sin descanso que un desayuno resuelto, había donado mi energía vital siete veces ¿O tal vez fueron ocho? No importa, lo importante era que la señora Magdalena no había montado su tarantín esa mañana.

Cuentan los chismosos de la Plaza Bolívar que la depresión le impidió salir de la casa, que había descubierto que su marido le había sido infiel y que una justiciera nocturna acabó con él para llevárselo al mismísimo infierno. Realmente me sentí mal por la señora pero peor me sentí cuando mi estómago comenzó a rugir casi con un sonido parecido al de un niño gimiendo “Julián, aliméntame”.

Luego de comerme un cachito que sabía a plástico quemado y una chicha que sí estaba deliciosa me reuní con mi amigo Diego, ese sinvergüenza había tenido una mejor noche que la mía. Apenas se despidió de su novia, la trigueña con ojos de gato y con la que lleva ya más de dos semanas (tiempo record para él), se fue de parranda con otra de sus novias, la de cabello negro y azul. En verdad mi amigo tiene mejor suerte con las mujeres que yo pero, claro, él es musculoso, seductor, con una sonrisa extremadamente blanca y tiene un “no sé qué” lo cual hipnotiza a las damas.

-Primero me acosté con la pelirroja- me dijo mientras tomábamos el metro desde Capitolio hacia la estación Los Dos Caminos – pero esa noche ella estaba demasiado intensa, no la aguanté dos horas, ya incluso hablaba del color de los cojines del sofá de “nuestra” sala. Así que me fui con Mónica, ese mujerón nunca me decepciona. Ella está clara conmigo, ella sabe que yo no quiero matrimonio, al menos no por ahora ¡La juventud es para disfrutarla! No entiendo por qué las demás se molestan, yo creí que este siglo XXI era de mujeres independientes y feministas pero al final todas quieren amarrarte ¡Bah!

Y mientras hablaba interrumpió su discurso para picarle el ojo y pelar los dientes a la hermosa rubia que no paraba de reír como para demostrarle que sí estaba interesada. Justo en ese momento, Diego recibió un coscorrón de Alicia que casualmente compartía el mismo vagón con nosotros.

-Pero es que tú no cambias, Diego- dijo ella irritada -¿Cuándo vas a tomar escarmiento? Nosotras no somos trozos de carne, merecemos respeto.

Luego de una riña sin sentido que terminó con ellos dándose un beso en el cachete y haciendo las paces, Alicia me confesó su preocupación y casualmente estaba relacionada con la vendedora de empanadas a la que yo acudía casi religiosamente cada sábado en la mañana.

-Es horrible, Julián. Ya van dos meses en que hombres de mala reputación han desaparecido sin dejar rastros. Al principio pensaba que era una banda que se dedicaba al secuestro pero es que todos comparten la misma característica. Hombres mujeriegos y parranderos, ustedes dos deberían tener cuidado de sus andanzas por ahí en estos días.

Y lo mismo nos repitió Erick cuando nos encontramos con él a la hora del almuerzo. Siempre con su mirada de juez implacable, sus zapatos Converse que combinaba con los lentes de pasta según la ocasión y sus pantalones tubitos. Era increíble que Erick a los 15 años pueda tener más sensatez que nosotros que somos casi treintañeros. Incluso que Vanessa a quien veríamos más tarde y cumplirá 40 la semana que viene. Pero había algo cierto en esa advertencia, algunos hombres estaban desapareciendo en la ciudad y la policía como siempre no resolvía nada porque estaba muy ocupada con la política de los dos partidos políticos que enemistan al país.

A final de la tarde decidimos acercarnos a la Plaza Bolívar de Caracas a disfrutar del paseo cultural que afortunadamente se volvió de moda hace poco. Ya lo sé, las modas son pasajeras y banales pero siempre que se celebre el arte yo prefiero disfrutarlas en vez de quejarme, así como en el sexo. Y así deberían hacer todos. No quiero recordar todas las variaciones de vodka, cerveza y tequila que tomamos esa noche pero sí recuerdo a los chismosos de la Plaza Bolívar comentando sobre la misteriosa mujer de vestido blanco que merodeaba a las tres de la mañana por aquel lugar, llorando un amor perdido para después desaparecer en la Esquina del Capitolio.

Lo cierto es que ya había cuadrado un encuentro con unas morochas que conocí en las afueras de la Biblioteca Nacional, me dijeron que podía llevar a un amigo así que no me fue difícil convencer al necio de Diego. Ya estábamos a punto de separarnos de Vanessa, Alicia y Erick cuando encontramos en uno de los banquitos solitarios cercanos al Capitolio a una mujer de cabellos negros y vestido blanco, llorando desconsoladamente. Corrimos hacia ella pensando que la habían atracado a esas horas, tenía pinta de ser una sifrina de Prados del Este y en verdad era muy hermosa y también elegante. Vanessa se acercó a ella preguntando:

-¿Te hicieron algo, dime quiénes fueron esos desgraciados?

La mujer tapaba su rostro con unas manos pálidas como un mediodía sin sol.
-Mis hijos… ¿Dónde están mis hijos?

Erick fue el primero que notó que la mujer estaba descalza y que aunque escondidos por sus largos dedos los ojos de ella resplandecían con un fuego azul. Él pegó un salto hacia atrás y exclamó en un susurro.

-Esa mujer es un espanto, es la mujer que los chismosos de la Plaza Bolívar mencionaban.

-Mis hijos… ¿Dónde están mis hijos?

Un halo maligno se podía sentir en la cuadra y pude notar que una gota de sangre brotaba cual lágrima del rostro de aquella mujer que más bien me pareció el de una muñeca antigua maltratada por los años de olvido.

-Mis hijos, mis hijos él se los llevó.

No soy un hombre cobarde pero en ese momento estaba realmente cagado y al soltar carrera persignándome como alma que lleva el diablo con Erick pisándome los talones y Diego llevándome una morena casi llegando a la calle, notamos al mismo tiempo que las muchachas no estaban con nosotros. Volteamos y nos llevamos unánimemente las manos a la cabeza. Allí estaban, sentadas las dos en el balcón con el espectro.

-¡Ay amiga es que me da mucho sentimiento!- Dijo Alicia y rompió en llanto abrazando a la mujer vestida de blanco que volteó hacia ella con actitud sorprendida.

-Es que verdaderamente tienes razón amiga – dijo Vanessa – A los hombres hay que castigarlos, es que ellos se creen superiores a nosotras, rompiendo corazones o moreteando cachetes como si se creyeran dueños de una.

Al notar la locura de nuestras amigas y dándome cuenta que el espectro era… ¿Amistoso? Decidí acercarme, los otros dos me siguieron pero de repente la cara de la mujer se transformó en una rabia intensa y saltó hacia Diego, tomándolo por el cuello.

-Hombre malo, hombre malo- Dijo el espanto y lanzó un aullido como si recordara un dolor antiguo –Hombre malo, hombre infiel.

-¡Sí, hombre malo!- Exclamó Alicia –Yo te lo advertí.

-¡Espera! ¿Pero por qué no agarras también a Julián?- Chilló Diego que con toda su fuerza no pudo zafarse.

-Yo no soy infiel- Le respondí indignado porque mi mejor amigo me arrastraba con él a los leones- Yo me acuesto con un montón de mujeres pero no me vuelvo novio de ellas y ellas están de acuerdo con eso.

-Pero ayer lo hiciste con siete mujeres distintas- Replicó Diego y las muchachas exclamaron encantadas con el chisme.

-Sí, pero fueron todas al mismo tiempo. Es distinto.

-¿Cómo todas al mismo tiempo?- Preguntó Erick que se había puesto rojo de la pena.

-¡Cómo una orgía mijo!- Dijo Vanessa con picardía

-¡Yo sé lo que es una orgía, obvio!- Interrumpió Erick todavía avergonzado en su inocencia adolescente (que me sorprendía que tuviera) -¿Pero cómo puedes aguantar tanto?

-¿Tomaste pastillas? – Preguntó Alicia con una sonrisa de oreja a oreja.

-¿Eran todas bonitas?- Preguntó Erick.

-¿Eran todas mujeres?- preguntó Vanessa con malicia.

Ahora el que me estaba poniendo rojo era yo, y no era por mis amigos sino porque no me parecía que debiéramos conversar esas cosas frente a un ente sobrenatural, no sabría si le estaríamos faltando el respeto a la dama blanca. La miré de reojo antes de contestar y noté que ya había soltado a Diego y nos observaba asombrada.

-¿Ustedes van a responder por este hombre irresponsable?- preguntó la dama con una voz melancólica.

-¡No!- respondimos todos al mismo tiempo. ¿Quién sabe qué nos podía pasar si el sinvergüenza de nuestro amado amigo reincidía?

-Está bien – dijo la dama blanca ya con una voz serena, casi maternal – Te voy a perdonar esta vez pero debes ser sincero con tus dos mujeres y liberarlas de tu malicia. Si no lo haces vendré por ti.

Y dicho esto le hizo una reverencia a mis amigas, me miró de reojo como tratando de descifrarme y se fue por una de las esquinas volviendo a su llanto y a su melancolía fantasmal, a la justicia vengativa de una mujer que una vez amó y fue cruelmente traicionada. ¿Y qué es la justicia en este país donde las leyes sirven para algunos privilegiados? Creo que la dama blanca es una de las consecuencias de la injusticia, del maltrato que sufrió la mujer durante un buen tiempo y del maltrato que sufrimos algunos quienes tenemos que en ocasiones tomar la justicia por nuestras manos.