Diego.
A mí me gustan las mujeres, me gustan todas. Me gustan las
altas, las flaquitas, las rellenitas, las bajitas, las narizonas, las
respingadas. De tetas grandes, puntiagudas, colgantes, paraditas, como limones,
como mandarinas, como melones y hasta como patillas. Me gustan las mujeres de
carácter fuerte, me gustan las sumisas, me gustan las que se la dan de
independientes, me gustan las motolitas. Me gustan todas, blancas, negras,
zambas, amarillas, incluso las de piel verde que viven en la cima del Ávila, en
una villa escondida. Me gusta follarlas, me gusta verme follándolas, me gusta
ver su cara cuando estoy follándomelas, me gusta, me excita. Me gusta cómo se
sonrojan cuando las llevo a una cita y les hablo sucio como si reprimirse fuera
un pecado de condena maldita. Me gustan las mujeres de vestidos largos, de
faldas cortitas, de pantalones apretados, de bermudas abultados, de cholas o
zapatillas.
¿Entonces por qué se molestan… si ya saben cómo soy yo?
Caminando por la Plaza Venezuela a las siete de la noche,
luego de una hora de entrenamiento en el gimnasio cercano, uno puede observar a
unos cuantos especímenes del género femenino recorriendo la ciudad. Es que el
culo de las venezolanas merece una mención aparte, hay para todos los gustos. Pero
no lo detallaré en este relato. Esa noche me disponía a levantarme a una catira
de ojos plateados que se notaba que estaba perdida, la pobre. Permanecía en un
banco con dos maletas grandes.
-Buenas noches – Le dije sacando pecho y pelando los dientes
- ¿Está todo bien?
Ella me miró asombrada, sus ojos parecían cambiar de color a
medida que la Fuente de la Plaza Venezuela cambiaba sus luces.
-Estaba esperando a alguien – Me dijo con voz apagada y
acento andino – pero creo que me dejaron plantada.
Pude sentir un poco de compasión por ella, a la vez que en
mi cabeza lo que repetía era “¡Ay papá, carne fresca!”. Permanecí unos cinco
minutos hablándole y estaba a punto de invitarla a mi apartamento cuando sentí
un coscorrón fuerte y una voz detrás de mí me reclamaba.
-¡Pero es que tú no tomas escarmiento, Diego!
Estaban Alicia y Vanessa acompañadas de Erick, juzgándome
con la mirada otra vez como siempre hacen. La catira de ojos raros cambió su
rostro a una completa alegría y corrió a abrazar a Vanessa.
-Hola Carla, tanto tiempo sin verte –dijo Vanessa - ¿Cómo
está la familia en Mérida?
Ellos se fueron a tomar unos cafés y yo me excusé para irme
a casa, en verdad no estaba de humor para tertulias esa noche. Otro día
fallido, llegué a casa sin una acompañante por quinto día consecutivo. Si tan
sólo Julián estuviera conmigo las cosas serían más fáciles. ¡Cómo me gustaría
ser como Julián! Él nunca tiene problemas para conseguir mujeres en ningún
momento.
Llegando al edificio donde vivo noté una conmoción en la
plaza de la entrada, había un cuerpo tapado con una sábana blanca. La presidenta
del condominio entre lágrimas me dijo que el vecino al frente de mi apartamento
sucumbió a la presión y se lanzó desde una de las ventanas, dejando a su
abuela, una anciana de noventa años sola y sin cuidados en el apartamento. Subí
a presentar mis condolencias a la señora y al llegar al piso siete pude ver a
la horda de vecinos chismosos recorriendo el recinto, estaba lleno de cuadros
en cada pared, no había un espacio vacío que se desperdiciara, todos con
miradas melancólicas. No llegué a ver a la vecina, me sentí tan incómodo que preferí
huir hacia mi propio apartamento.
Al día siguiente, luego de salir del trabajo y del gimnasio
me reuní con mis amigos en una tienda Kama Sutra que se encontraba en la
tercera trasversal de Los Palos Grandes, al parecer la catira de los ojos
multicolores se casaría dentro de una semana y Vanessa le planeaba su despedida
de soltera. ¡Qué lástima! Tan bonita, tan joven y abandonaría tan pronto la
soltería. Alicia y Erick estaban apenados apenas entraron, se podía notar el
color tomate que tomaron sus mejillas. LA tienda estaba bastante surtida,
habían dildos, vibradores, disfraces, cremas, aceites, y condones de todos los
colores y tamaños, compré tres cajas de los extra sensibles, por si acaso. Julián
tomaba un traje de látex, una máscara y un látigo, con la naturalidad de quien
compra un uniforme escolar y fue a la caja diciendo.
-Necesito esto, mi traje ya se está estropeando.
Alicia y Erick más rojos que nunca se llevaban las manos a
la boca. Vanessa miraba aburrida los disfraces sexuales, escogiendo una ropa
interior con liguero vino tinto, lo probó en su prima encima de su ropa y
exclamó de alegría. No voy a negarlo, al verlas en ese momento me excité tanto
que tuve que salir fingiendo que iba a estornudar.
Afuera al mirar al otro lado de la calle noté extrañado que
justo frente a la tienda sexual estaba una funeraria. Solté una carcajada con
la ironía de la situación pero luego noté que allí estaba la presidenta del
condominio de nuestro edificio. No entendí por qué decidieron velar al suicida
en una funeraria lejana pero tampoco quise preguntar. Lo más extraño de todo
fue que habían pocos vecinos pero muchos dolientes con vestimentas antiguas, yo
he ido a funerales donde se baila salsa, donde se hacen competencias de quién
llora más apasionadamente, donde sirven café con ron y donde se cuentan chistes
de Jaimito, pero esta excentricidad jamás la había presenciado. La presidenta
del condominio no los conocía:
-No lo sé – Me dijo – Al parecer son parientes del difunto,
pero nunca antes los había visto.
Lo más extraño de todo era que no expresaban dolor, de hecho
no expresaban sentimiento alguno, sus caras eran inexpresivas, serenas como si
nada en el mundo los afectara. Otra vez volví a sentir la pesadez de la noche
anterior cuando estaba rodeado de aquellos cuadros y lo peor de todo, ninguna
mujer que valiera la pena levantar, al menos no pude notar nada con esos vestidos
de la Caracas de antaño, cuando lo único rojo eran los techos y no su política.
Sentada al lado del ataúd, una mujer muy elegante, con un vestido blanco y
sombrero amplio tomaba su café en solitarios pensamientos. Recordé el incidente
que había sufrido en días anteriores y decidí huir otra vez para reunirme con
mis amigos.
Al entrar a la tienda Vanessa y su prima armaban un
escándalo por un vibrador que habían encendido y que se movía en dirección
circular. Alicia y Erick no decían palabra alguna y permanecían rojos como si
fueran a explotar.
-El pene de un hombre no se mueve así – hizo la observación
Julián con seriedad – Yo creo que este objeto es un claro ejemplo de publicidad
engañosa.
Iba a caerme al suelo entre carcajadas cuando una mano
pálida como las sábanas de mi cama antes de ser corrompidas me tocó el hombro,
al voltear pude notar que era la mujer del sombrero que estaba en la funeraria,
esos ojos no los podría olvidar jamás.
-Hombre malo, hombre infiel – dijo con serenidad y sonrió.
-¡Pero yo no he hecho nada malo esta vez! – Grité y miré la
hora ¿Acaso los espantos ahora salen de día en esta ciudad? ¿Qué no teníamos
suficiente con los motorizados y los malandros? Pero ella sonrió y posó la
palma de su mano en mi mejilla.
- Hombre malo, pero hombre honesto, te perdono.
Y diciendo estas palabras desapareció, se esfumó cual
fantasma de las caricaturas en los que uno no quiere creer. El vendedor de la
tienda cayó patas arriba y se desmayó. Mis amigos siguieron con sus asuntos
como si lo que acababa de suceder fuera de lo más natural. Y yo sólo
reflexionaba ¿Qué es lo que puede hacer a una mujer cruel enternecerse de tal
manera, por qué la dama de blanco me perdonaba y por qué estaba en ese funeral?
Quizá lo averigüe en estos días.







